No hace mucho Alexia Cué, en una entrevista en ‘Ecos de actualidad’ de Radio Inter, me preguntaba: “¿Es cierto que el miedo no solamente no es malo, sino que es positivo?”. Y efectivamente, el miedo es una emoción adaptativa que nos avisa de los peligros, por lo que eliminarlo no es posible, simplemente hay que aprender a identificarlo y a gestionarlo. Porque hay un miedo bueno, ese que nos avisa de los peligros y nos mantiene vivos. Y un miedo tóxico, que paraliza y que no nos aporta nada. Veamos cuál es cuál y cómo gestionarlos. 

 

¡Cuidado con el miedo!

Sí, cuidado; y me explico: el miedo es uno, solo uno. Es una emoción que para estar presente es capaz esconderse detrás de los celos, la vergüenza, la ira, la tristeza, la violencia o el ego y con estos disfraces confundirte. Y para identificarlo tienes que desenmascararlo. Necesitas tener o adquirir las herramientas necesarias para gestionarlo y superarlo.  

El miedo es una emoción compleja que se genera a caballo entre en nuestro “cerebro reptiliano”, la parte instintiva de nuestra mente, el primero que la naturaleza nos proporcionó y el “cerebro paleomamífero o límbico” que sería el responsable de las emociones, un sistema basado en un sistema de evasión (sensaciones desagradables como el dolor o el miedo) y atracción (sensaciones agradables como el placer).

 

 

El cerebro primitivo es el responsable de la supervivencia incluida la agresividad y la territorialidad. Está lleno de memorias ancestrales y controla las funciones autonómicas (respiración y latido cardíaco), el equilibrio y el movimiento muscular. Sus respuestas son directas, reflejas, instintivas. Su función en  definitiva es, mantenernos vivos. En cambio el cerebro límbico sería el responsable de la motivación y la emoción que sentimos al alimentarnos, al reproducirnos y en el comportamiento parental. Sin él nuestra vida no tendría sentido.

Podríamos decir, incluso, que el miedo nace bueno. Es ese miedo primitivo del que hablamos: un miedo que nos alerta, que incluso pretende protegernos, un miedo que va en nuestro ADN. Nacemos con la habilidad para saber, de forma instintiva, qué es malo para nosotros. Es un mecanismo de defensa que en realidad nos ha permitido evolucionar.  

Hasta aquí el miedo bueno… La cosa cambia un poco cuando lo irracional entra en juego: llega el miedo tóxico.  

 

El miedo tóxico 

La principal diferencia entre el miedo bueno y el miedo tóxico es sencilla: mientras que el miedo bueno pretende alertar, protegerte, activarte… El miedo tóxico no tiene nada de positivo: nos paraliza y nos impide sacar todo nuestro potencial. 

Y no solo es innecesario, sino que puede llegar a perjudicarte tanto a nivel personal como profesional. Ese miedo tóxico se caracteriza por ser irracional, totalmente irreal y con origen en el imaginario, en un pensamiento distorsionado y pesimista. Hablar en público, enfrentarse a una entrevista de trabajo, a mostrar tu verdadera identidad, a fracasar, a no gustar… 

Así que ahora, en cuanto a ti… ¿Te está impidiendo el miedo tomar una decisión que tu fuero interno ya ha tomado? ¿Se trata de una emoción puntual, o es algo que te quita el sueño? ¿Te sientes paralizado y no sabes como salir de esa situación por miedo? ¿Te da miedo enfrentarte a un reto, cualquiera que sea este? 

Desactivémoslo. Pongamos fin a la parálisis por miedo. Toma conciencia de cómo actúa, qué lo alimenta y a su vez cómo neutralizarlo para que no dirija tu vida.  

Conviértete en el héroe de tu vida. Porque recuerda: el miedo es de VALIENTES.