Qué piensas y cómo lo piensas tiene un papel mucho más fundamental de lo que imaginas. Más aún: un pensamiento positivo o uno negativo afecta de forma muy diferente a diversos ámbitos de tu vida. Y no nos referimos sólo a situaciones relacionales, de tu relación con tu pareja, amigos o familia, ni siquiera sólo a situaciones de trabajo. Nos referimos a que una forma de pensar u otra puede llegar a afectar incluso a tu salud. Por eso el pensamiento positivo es de vital importancia en tu vida. Veamos cómo afecta en tus acciones, en tu día a día.
Dejemos a un lado los días malos aislados, ese día de lluvia con tráfico en el que tardas en llegar a casa 2 horas. O esa bronca de tu jefe que te ha hecho quedarte con mal sabor de boca toda la tarde. O una discusión en pareja. Son hechos aislados, y en cada uno de ellos tenemos derecho, por así decirlo, a enfadarnos, a sentirnos mal, a entristecernos. Durante un tiempo limitado y normalmente corto, eso por supuesto.
Lo que piensas de forma constante, a largo plazo, de forma sostenida… Es lo realmente importante y con un efecto directo sobre tu actitud y tu forma de encarar el día a día. Cómo procesamos nuestro entorno y cómo ponemos fin a los posibles pensamientos negativos es lo que marca la diferencia.
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Eso sí, no confundamos el pensamiento positivo con “pensar en mariposas” o “qué maravilloso es el mundo y las personas, viva el amor”. No. Eso tampoco es sano. El pensamiento positivo no significa que no tengas problemas, ni que vayas a dejar de tenerlos. Lo que sí te dará un pensamiento positivo es la posibilidad de salir de esos problemas con mayor facilitad y con mayor aprendizaje y enriquecimiento. La persona optimista incrementa su coeficiente de inteligencia en hasta 3 puntos, respecto a un pesimista y es percibido por los demás como una persona que sabe gestionar la adversidad. Y coincidiremos en que esto es muy importante en la vida privada, en las relaciones y en las organizaciones.
Si cuidas tu cuerpo… Cuida tu mente
Que la mente está directamente relacionada con la salud física es algo ya fuera de toda duda. Si haces deporte, puede incluso afectar a tu rendimiento.
Pero no olvidemos su relación con el estado de ánimo y la relación directa de este con la propia salud. Por eso la importancia de trabajar tu mente, qué y cómo piensas, para que pequeños cambios en la manera de pensar se vean reflejados en tu forma de actuar, y ello redunde en una vida diferente, tranquila, feliz y sana.
¿Cómo afecta un pensamiento negativo en tus acciones?
Para hacerlo sencillo, pongamos un ejemplo de un asistente reciente a uno de nuestros cursos de Gestión del Miedo, Motivación y Liderazgo. Es sencillo, pero muy revelador.
Se trataba de un chico joven, no llegaba ni a la treintena. Se encontraba trabajando después de terminar una carrera y un máster. Era un chico sano, inteligente, simpático, apuesto, generoso, amable, solidario… De todo eso uno se daba cuenta casi al instante. Sin embargo, él no se veía de esta forma. Llevaba tiempo sumido en un estado casi depresivo. Todo a su alrededor era de color negro.
Le invitamos a que verbalizara todo lo que pensaba de sí mismo y de su alrededor desde que se levantaba hasta que se iba a dormir. Y he aquí el problema. A lo largo del día, no tenía de sí mismo ni un solo pensamiento positivo. Toda frase que pasaba por su mente, era un pensamiento negativo.
“Por la mañana voy al gimnasio, siempre está lleno de espejos. Por mucho que hago deporte, cada vez que me miro en uno de ellos me veo mal, me veo gordo, no sirve de nada lo que hago. Luego pongo rumbo al trabajo, y aquello es insoportable. Tengo un jefe que sé que cuando me dice “buenos días” en realidad quiere decir “yo llevo aquí una hora y tú mira a qué hora llegas, vago”. Mis compañeros no son diferentes. Se que detrás de cada comentario de ellos hay un doble sentido, una indirecta. Y me imagino que hablan mal de mi a la espaldas. Hace tiempo que dejé de tomar café con ellos, para qué si lo único que hacen es reírse de mi. Al salir del trabajo siempre me toca comerme un atasco, los coches siempre me pitan y tengo que aguantar en el coche lleno de rabia más de una hora en hacer un camino que sin coches haría en 15 minutos. Y luego llego a casa, me llama mi madre y siempre acabamos discutiendo porque no tengo ganas de hablar con ella. Ceno, me voy a la cama. Y vuelta a empezar”.
Revelador, ¿cierto? ¿Puede, incluso, que al leer esto te hayas sentido algo reflejado? No te preocupes, nos ha pasado y nos pasa a todos.
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Este chico sufría de cierta ansiedad social, miedo al qué dirán, miedo a que nadie le quisiera ni le aceptara. Un saludo de un jefe lo interpretaba como un ataque, una invitación a un café de un compañero como una oportunidad para reírse de él, una preocupación de su madre como una crítica a su modo de vida. Interpretaba cada comentario que le hacían de manera negativa. Y posiblemente incorrecta.
Durante casi las 18 horas que estaba despierto, los pensamientos negativos y las interpretaciones erróneas le llevaban a desarrollar emociones y sentimientos negativos, erróneos… Y absolutamente insanos.
Poco a poco, sesión tras sesión, aprendió a identificar, gestionar, y desactivar miedos y pensamientos negativos, y transformarlos en otros más positivos. Esto trajo consigo una mejora de sus emociones, de sentimientos, de actitud, de acciones… Su vida mejoró en el trabajo, con su familia, tuvo hasta efectos físicos positivos.
El comienzo de toda la estrategia para lograr este cambio fue relativamente sencillo: tenía que tratar de dividirse en dos, de “crear” otro “yo” con el que poder hablar, o de imaginar dos zonas diferentes en su mente, una donde listar lo negativo y otra lo positivo. Cada vez que por su mente se pasara un pensamiento negativo, trataría de identificarlo inmediatamente y listarlo en uno de los dos lados; justo después, transformar ese pensamiento negativo en su antónimo, en un pensamiento positivo, que irá a la otra parte.
Un ejemplo: cuando un compañero de trabajo le dijera “tío, ayer no te ví cuando fuimos a tomar unas cañas” y el pensamiento que se le viniera a la cabeza fuera del tipo “piensa que soy un aburrido, un soso y un asocial” transformarlo rápidamente en un “mira, me echó en falta y le apetecía que estuviera”.
Ahora es un chico mucho más feliz, más tranquilo y acaba de terminar un IronMan, algo así como una súper prueba física en donde nadan 3,86 km, corren en bici 180 km y terminan corriendo 42 kilómetros. Casi nada…
Cambió su vida. Y lo hizo “simplemente” cambiando su forma de pensar.
Él pudo. Y tú también. Hazte dueño de tu vida. Que el miedo es de valiente.
Es un aporte para practicar en el dia a dia…gracias
¡Gracias a ti!